El horror by Valeria Luna

El horror by Valeria Luna

autor:Valeria Luna [Luna, Valeria]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9789564082332
editor: Planeta Chile
publicado: 2022-09-22T17:15:58+00:00


Dejé de sentirme como una niña cuando tenía siete. Sé que aún estoy demasiado chica para decirlo, ya que apenas han pasado tres años desde entonces, pero quiero explicarlo antes de que me juzgues o te imagines una película. Estoy segura de que al terminar este relato entenderás por qué soy una suerte de vieja chica. Ciertas experiencias te cambian para siempre, dirían en mi casa.

Niñas y niños jugábamos en la plaza del barrio. Yo amaba los columpios que se alzaban en el centro de la explanada, vez que los veía desocupados corría a ellos antes de que alguien me arrebatara el lugar. Y esa tarde no fue muy diferente. Mientras yo estaba sentada en el columpio, la Emilia me impulsaba con fuerza para ayudarme a agarrar vuelo. Con ella sentía que podía volar o al menos llegar hasta tres cuadras más allá de mi casa. La Emilia era mi mejor amiga. Nacimos el mismo día, nos gustaba decir que éramos hermanas gemelas de distintos papás.

Ese día estaban casi todos los amigos del barrio en una pichanga súper enredada, los podía ver jugar cuando el columpio me elevaba y la brisa me refrescaba la cara. Nunca entendí quién era de cuál equipo. Solo los veía perseguir una pelota al igual que cuando el Fofo, mi quiltro, perseguía los autos de los vecinos. A Fofo lo habían atropellado un par de veces y estaba cojito de una pata, pero no le importaba. Era el mejor perro de la cuadra porque había alcanzado a todos los autos que quiso y sobrevivió para contarlo. Así mismo jugaban en la plaza: no importaba sacarse la cresta y meter un gol en el arco de tu propio equipo —que no era más que unos polerones del liceo en el suelo—, lo importante era gritar, celebrar y que todos lo escucháramos. Los niños eran tan chillones como el Fofo, pero después de lo que le pasó a la Emilia no volví a verlos actuar así nunca más.

Quizás también se volvieron viejos chicos como yo.

Estaba terminando la pichanga cuando me di cuenta de que la Emi había dejado de darme vuelo. Miré hacia atrás y la vi tirada en el suelo, tiritando. No entendí mucho, pensé que me estaba agarrando pa’l leseo, a veces le gustaba hacer bromas, pero estuvo demasiado rato contorneándose en la misma posición. Bajé del columpio de un salto y me puse a gritar para que alguien viniera en su ayuda, pero mi voz quedó sepultada por los gritos del partido.

Mi hermano Mati fue el primero que se dio cuenta de lo que estaba pasando y con su vozarrón paró al resto. Yo ya no hablaba mucho con él, estábamos peleados desde que en Navidad le regalaron una cámara digital y se negó a sacarme fotos. ¡Cómo se atrevía!

Todos los presentes se acercaron a ver qué era lo que pasaba. Algunos corrieron asustados a sus casas para buscar a sus papás. Yo estaba sosteniéndole la cabeza a la Emi para que no se pegara con el suelo, pero en realidad no sabía si mi gesto mejoraba o empeoraba la situación.



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